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mujer, no acierta ésta a explicarse el que se estudien las abs- tracciones, sino con esta finalidad secundaria de sacar de ello provecho para el mejoramiento de las condiciones en que lc: seres concretos viven.

Idéntico concepto tenía de la ciencia la Kovalewski, con todo y haberle granjeado la ciencia, celebridad y honores.

“El trabajo—escribe en su Souvenirs—, la creación cien- tífica no tiene valor alguno, puesto que ni dan la dicha ni hacen adelantar a la humanidad un paso. Es locura pasarse los años de la juventud estudiando, y una desgracia, so- bre todo para una mujer, poseer capacidades que la impulsan a una esfera de acción en la que nunca habrá de hallar ver- dadero goce”.

Nótese que al hablar yo de seres vivos, entiendo refe- rirme incluso a las cosas inanimadas o muertas a que la mu- jer ha infundido un alma, imaginándolas capaces de goce y sufrimiento, en tanto que comprendo en el número de las cosas muertas, que no logran interesarla, incluso a los seres vivos que ella no vivificó y a los cuales no les atribuye deste- llos de vida. Hay muchas cosas que no le repugnan en algu- nos estudios y que lógicamente deberían repugnarle lo inde- cible, porque no atiende a lo que hay de vivo y concreto en Jo que estudia, porque lo vivo que ella no animó con la idea del dolor o la alegría, no existe para ella. Me explicaré adu- ciendo un ejemplo personal.

Yo he estudiado medicina y he tenido, por lo tanto, que seguir los cursos de anatomía. Acostumbrada desde ni- ña a oír hablar de esas materias, no hacían ya en mí la me- nor impresión. No se me había ocurrido la idea de identifi- car algunos cadáveres con seres vivos; eran objetos de estu- dio, músculos, nervios y nada más; de suerte, que las leccio- nes de anatomía no me daban frío ni calor, me eran de todo punto indiferentes. Ahora bien: sucedió un día que un or- denanza, al prepararlo para la lección, hubo de abrir, en mi presencia, la mano rígida de uno de aquellos cadáveres, la cual dejó escapar un retratito de mujer, que sin duda estre- chara en las supremas convulsiones, Y entonces yo, tan im- pasible de ordinario, fuí presa de tremenda emoción y no pude asistir ya a la conferencia. Merced a aquel sencillo acto de amor, aquel cadáver habíase vuelto vivo, había cobrado