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CICERON.

nunciar, y prestándole todos silencio, hizo, no el juramento patrio y acostumbrado en tales casos, sino otro particular y nuevo: que juraba haber salvado la patria y afirmado la república; y este mismo juramento hizo con él todo el pueblo. Irritados más con esto César y los tribunos, pensaron cómo suscitar nuevos disgustos á Ciceron; para lo cual dieron una ley llamando á Pompeyo con su ejército, á fin de destruir, decian, la dominacion de Ciceron; pero era para éste y para toda la república de grandísima utilidad el que se hallase de tribuno de la plebe Caton, para contrarestar los intentos de aquéllos con igual autoridad y con mayor reputacion; porque fácilmente los desbarató, y en sus discursos al pueblo ensalzó de tal modo el consulado de Ciceron, que se le decretaron los mayores honores que nunca se habian concedido y se le llamó públicamente padre de la patria; siendo él el primero á quien parece haberse dispensado este honor por haberle asi apelidado Caton ante todo el pueblo.

Grande fué entonces su poder en la ciudad; mas sin embargo se atrajo la envidia de muchos, no por ningun becho malo, sino causando cierto disgusto é incomodidad con estar siempre alabándose y ensalzándose á sí mismo:

porque no se entraba en el Senado, en la junta pública, en los tribunales sin oir contínuamente hablar de Catilina y de Léntulo. Sus mismos libros y todos sus escritos están llenos de elogios propios: así es que áun su misma diccion, que era dulcísima y tenía mucha gracia, la hizo odiosa y pesada á los oyentes, por ir siempre acompañada de este fastidio como de un resabio inevitable. Mas sin embargo de estar sujeto á esta desmedida ambicion, vivió libre de envidiar á nadie, acreditándose del menos envidioso con tributar elogios á todos los hombres grandes que le habian precedido, y á los de su edad, como se ve por sus escritos; conservándose la memoria de muchos: como por ejemplo, decia de Aristóteles que era un rio con raudales