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TIBERIO Y CAYO, GRACOS.

disponiendo y arreglando las cosas en solos setenta dias, volvió á Roma, por saber que á Fulvio traia aparado Druso, y que sus negocios pedían se hallase presente. Porque Lucio Opimio, varon inclinado al gobierno de pocos, y de grande influjo en el Senado, aunque al principio sufrió repulsa pidiendo el consulado cuando Cayo protegió á Fanio y contribuyó al desaire de aquél; contando entonces con el favor de muchos, se tenía por cierto que saldria cónsul, y que siéndolo tiraria á arruinar á Cayo, estando ya en cierta manera marehito su poder, y satisfecho el pueblo de disposiciones como las suyas, por ser muchos los que se habian dedicado á alectar popularidad, y haberse mostrado condescendiente el Senado.

Vuelto, lo primero que hizo fué trasladar su habitacion desde el palacio al barrio debajo de la plaza, como más plebeyo, por hacer la casualidad que viviesen allí la ma yor parte de los pobres é infelices. Despues propuso las leyes que restaban para hacer que se votasen; pero ha biendo concurrido grande gentío de todas partes, movió el Senado al cónsul Fanio á que, fuera de los Romanos, hiciera salir á todos los demas. Como se echase, pues, acerca de esto un pregon extraño y nunca antes usado, para que en aquellos dias no se viera en Roma ninguno de los confederados y amigos, Cayo publicó en contra un edicto, on el que acusaba al cónsul, y prometia proteger a los confederados si permaneciesen; pero no hubo tal proteccion, y ántes habiendo visto que á un huésped y amigo suyo lo llevaban preso los lictores de Fanio, pasó de largo, y no hizo nada en su defensa, bien fuese por temor de que se viera que le faltaba el poder, ó bien porque no quisiese ser, come decia, quien diese á los enemigos la ocasion que buscaban de contender y. venir á las manos. Ocurrió tambien el haberse puesto mal con sus colegas por esta causa. Iba á darse al pueblo en la plaza un espectáculo de gladiatores, y los más de los magistrados habian formado