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Plutarco.—Las vidas paralelas.

vino que condujeron, habian vuelto á Roma trayendo los cántaros llenos de plata y oro.

Moviéronle despues de esto otras causas y otros juicios, achacándole que había hecho á los aliados sublevarse, y había tenido parte en la conjuracion de Fregelas; pero habiendo desvanecido toda sospecha, y resultado inocente, se presentó al momento á pedir el tribunado. Hiciéronle oposicion todos los principales, sin quedar uno; pero de la plebe fueron tantos los que de loda Italia concurrieron á la ciudad para asistir á los comicios, que para muchos faltó hospedaje; y no cabiendo el concurso en el campo de Marte, venian voces de electores de los tejados y azoteas; y sin embargo, violentaron los ricos al pueblo, y frustraron la esperanza de Cayo, hasta el punto de que babiendo consentido ser nombrado el primero, no fué sino el cuarto.

Mas entrado en el ejercicio, al instante fué el primero de todos por su facundía, en que nadie le igualaba, y porque lo que habia padecido le daba grande ocasion para explicarse con vehemencia, deplorando la pérdida del hermano.

De aquí tomaba siempre motivo para manejar á su arbitrio el pueblo, recordando el suceso, y haciendo contraposicion con la conducta de los antiguos Romanos: porque éstos hicieron guerra á los Faliscos por haber insultado á un tribuno de la plebe llamado Genucio, y condenaron á muerte á Cayo Veturio, porque él solo no se levantó á un tribuno que pasaba por la plaza; y «ante vuestros ojos, exclamó, acabaron éstos á palos á Tiberio, y por medio de la ciudad fué llevado muerto desde el Capitolio para arrojarlo al rio; y de sus amigos los que pudieron ser habidos, fueron lambien muertos sin juicio antecedente; siendo así que teneis ley, por la que si no comparece el que es reo de causa capital, va por la mañana al amanecer á las puertas de su casa un trompetero, y le llama á són de trompeta; y sin preceder esta diligencia no pronuncian sentencia los jueces: ¡tan precabidos y solicitos eran acerca de los juicios!»»