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Plutarco.—Las vidas paralelas.

estaba pasando, sin atreverse ni á huir ni á defenderle, ni siquiera á articular palabra. Los que se hallaban aparejados para aquella muerte todos tenian las espadas desnudas; y hallándose César rodeado de ellos, ofendido por todos, y llamada su atencion á todas partes, porque por lodas sólo se le ofrecia hierro ante el rostro y los ojos, no sabía á dónde dirigirlos, como fiera en manos de muchos cazadores; porque entraba en el convenio que todos habian de participar, y como gustar de aquella muerte; por lo que Bruto le causó tambien una herida en la ingle. Algunos dicen que antes habia luchado, agitándose acá y allá, y gritando; pero que al ver á Bruto con la espada desenvainada se echó la ropa á la cabeza, y se prestó á los golpes: viniendo á caer, fuese por casualidad, ó porque le impeliesen los matadores, junto á la base sobre que descansaba la estatua de Pompeyo, que toda quedó manchada de sangre; de manera que parecia haber presidido el mismo Pompeyo at suplicio de su enemigo, que tendido espiraba á sus piés traspasado de heridas, pues se dice que recibió veintitres; y muchos de los autores se hirieron tambien unos á otros, mientras todos dirigian á un solo cuerpo tantos golpes.

Cuando le hubieron acabado de esta manera, el Senado, aunque Bruto se presentó en medio como para decir algo sobre lo sucedido, no pudiendo ya contenerse, se salió de aquel recinto, y con su buida llenó al pueblo de turbacion y de un miedo incierto: tanto, que unos cerraron sus casas, otros abandonaron las mesas y caudales, y todos corrian, unos al sitio á ver aquella fatalidad, y otros de allí despues de haberla visto. Antonio y Lépido, que pasaban por los mayores amigos de César, Luvieron que retirarse y acogerse á casas ajenas; mas Bruto y los suyos, en el calor todavía de la empresa, ostentando las espadas desnudas, salieron juntos del Senado, y corrieron al Capitolio, no á manera de fugitivos, sino risueños y alegres, llamando á