Página:Las siete tragedias de Sófocles - Biblioteca Clásica - CCXLVII (1921).pdf/96

Esta página ha sido corregida
76
TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

Crisótemis.—Me voy, pues; porque ni tú seguirás mis consejos, ni yo aplaudiré tu determinación.

Electra.—Vete, que nunca te seguiré, aunque muchos deseos tuvieras de ello; que señal es de gran demencia perseguir lo imposible.

Crisótemis.—Pues si te parece que sólo tus consejos son acertados, síguelos, que cuando te veas en la desgracia alabarás mis advertencias.

Coro.—¿Por qué a los voladores pájaros que nos dan presagios y vemos preocuparse del sustento de los polluelos que han engendrado y en quienes encuentran cariño, no los hemos de imitar en todo? Pero ni el rayo de Júpiter ni la celestial Justicia dejarán esto impune por mucho tiempo. ¡Oh fama pregonera entre los mortales!, haz que resuene mi lastimera voz en el infierno ante los atridas, llevándoles la abominable noticia de que ya su casa está en inminente ruina, y de que la discorde querella suscitada entre sus dos hijas no las concilia en amistosa convivencia. Abandonada y sola se revuelve Electra, llorando siempre a su padre y afligida como quejumbroso ruiseñor, sin hacer caso de la vida y predispuesta a morir tomando doble venganza. ¿Qué hija ha nacido tan noble como ésta? ¡Ningún hombre de honor, aunque viva en la miseria, aguanta que afeen su fama y le quiten la honra, ¡oh niña, niña! Tú también, tú has preferido una vida obscura y toda de dolor, armándote contra la ignominia, y alcanzado con una sola determinación dos timbres de gloria: el ser llamada sabia y excelente hija. Ojalá por mí vivas superando en poder y riqueza a tus enemigos, tanto como ahora bajo su mano estás oprimida; porque te veo efectivamente en desdichada suerte vivir; pero entre las más grandes instituciones que hay, tú guardas respeto a la más excelsa por tu piedad de hija.