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LAS TRAQUINIAS

tamente que quien levanta sus manos, cual si fuera atleta para luchar contra él, es un insensato. Él, pues, manda de los dioses como quiere, y también de mi; y cómo no ha de dominar a otras como a mi? De modo que si a mi marido, que por esta pasión ha sido dominado, fuera yo a reprender, ciertamente estaría loca; ni tampoco a esta muchacha, que no es culpable de haberme inferido ultraje alguno ni ningún mal. Nada de todo eso. Mas si, aleccionado por aquél, has dicho mentira; mala lección aprendiste; y si tú mismo te has aconsejado asi, piensa que en tus deseos de hacerme un buen servicio, apareces ante mi como un malvado. Dime, pues, toda la verdad; que para un hombre libre el ser llamado embustero es suerte no envidiable. Y como te calles, ni eso te ha de servir; porque muchos a quienes lo has dicho me lo declararán. Si es que tienes miedo, sin razón temes; porque el no salir de dudas es lo que me da pesadumbre, que el saberlo, que me ha de espantar? ¿No hay otras muchas con quienes mi único marido, Hércules, se ha desposado ya? Pues hasta hoy ninguna de ellas recibió de mi denuesto ni insulto alguno; ni ésta lo recibirá tampoco, aunque mi marido se derritiese en su amor; porque ella me ha inspirado compasión desde el punto en que la vi, y principalmente por ser su misma hermosura la que lo amargó la vida; y contra su propia patria, la infeliz, sin quererlo, atrajo la ruina y la esclavitud. Váyase todo esto con el viento; pero lo que es a ti, yo te aconsejo que para otro seas bellaco, mas para mi, sincero siempre.

Coro.—Obedece a quien te da buenos consejos; que nada reprocharás en adelante a esta mujer, y de mi obtendrás agradecimiento.

Lica.—Pues bien, amable señora: ya que veo que tủ, como mortal que eres, piensas humanamente y no