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EDIPO EN COLONO

Edipo.—Está bien; y después de esto, ¿qué debo hacer?

Coro.—Verter las libaciones de pie, vuelto hacia la aurora.

Edipo.—¿Con esos vasos que me has indicado las he de verter?

Coro.—Si; tres libaciones por vaso, y la última toda de un golpe.

Edipo.—¿De qué las llenaré? Dimelo.

Coro.—De agua y de miel; no mezcles vino.

Edipo.—¿Y cuando la tierra de umbroso follaje reciba las libaciones?...

Coro.—Sobre ella, con ambas manos, depositarás tres veces nueve ramos de olivo y pronunciarás esta súplica...

Edipo.—Deseo saberla, pues es lo más importante.

Coro.—« Como os llamamos Euménides, con benėvolo corazón aceptad a este suplicante que se acoge a vuestra protección. » Haz tú mismo la plegaria u otro por tí; pero sin que se oigan las palabras ni llegue a articularse la voz. En seguida retirate, sin volver la cara. Una vez hayas hecho esto, no tendré temor ninguno de asistirte; que de otro modo, extranjero, temblaría por tí.

Edipo.—Hijas mias, ¿habéis oído a los extranjeros vecinos de esta región?

Antígona.—Los hemos oído, y dispón lo que haya que hacer.

Edipo.—A mí no me es posible ir, falto como estoy de fuerzas y de vista. Vaya una de vosotras y hágalo; pues creo que basta y vale tanto como diez mil una alma piadosa que con fervor haga la expiación. Hacedlo, pues, pronto; pero no me dejéis solo, porque abandonado y sin guía no puedo mover mi cuerpo.