Página:Las siete tragedias de Sófocles - Biblioteca Clásica - CCXLVII (1921).pdf/147

Esta página ha sido corregida
127
EDIPO, REY

El Mensajero.—Cuando te desaté tenias atravesadas las puntas de los pies.

Edipo.—Horrible injuria que me causaron las mantillas.

El Mensajero.—Como que por eso se te puso el nombre que tienes.

Edipo.—¿Quién me lo puso? ¿Mi padre o mi madre? ¡Por los dioses, habla!

El Mensajero.—No sé; el que te puso en mis manos sabe esto mejor que yo.

Edipo.—¿Luego me recibiste de manos de otro, y no me encontraste por una casualidad?

El Mensajero.—No, sino que te recibí de otro pastor.

Edipo.—¿Quién es ése? ¿Lo sabes, para decirmelo?

El Mensajero.—Se decía que era uno de los criados de Layo.

Edipo.—¿Acaso del que fué rey de este país?

El Mensajero.—Ciertamente; de ese hombre era el pastor.

Edipo.—¿Vive aún ese pastor, para que yo pueda verlo?

El Mensajero.—Vosotros lo sabréis mejor que yo, pues vivis en el país.

Edipo.—¿Hay alguno de vosotros, los que estáis aquí presentes, que conozca al pastor a que se refiere este hombre, ya por haberlo visto en el campo, ya en la ciudad? Decídmelo; que tiempo es de aclarar todo esto.

Coro.—Creo que no es otro que ese del campo que antes deseabas ver; pero ahí está Yocasta, que te podrá enterar mejor que nadie.

Edipo.—Mujer, ¿sabes si ese hombre que hace poco enviamos a buscar es el mismo a quien éste se refiere?