Cuando acabó de cantar, su hermana le dijo: «¡Ojalá te consuele Alah, hermana mía!» Pero tal aflicción se apoderó de la joven portera, que se desgarró las vestiduras, y cayó desmayada en el suelo.
Pero al caer, como una parte de su cuerpo quedó descubierta, el califa vió en él huellas de latigazos y varazos, y se asombró hasta el límite del asombro. La proveedora roció la cara de su hermana con agua, y luego que recobró el sentido, le trajo un vestido nuevo y se lo puso.
Entonces el califa dijo á Giafar: «¿No te conmueven estas cosas? ¿No has visto señales de golpes en el cuerpo de esa mujer? Yo no puedo callarme, y no descansaré hasta descubrir la verdad de todo esto, y sobre todo, esa aventura de las dos perras.» Y el visir contestó: «¡Oh mi señor, corona de mi cabeza! recuerda la condición que nos impusieron: No hables de lo que no te importe, si no quieres oir cosas que no te gusten.»
Y mientras tanto, la proveedora se levantó, cogió el laúd, lo apoyó en su redondo seno, y se puso á cantar:
¿Qué responderíamos si vinieran á damos quejas de amor? ¿Qué haríamos si el amor nos dañara?
¡Si confiáramos á un intérprete que respondiese en nuestro nombre, este intérprete no sabría traducir todas las quejas de un corazón enamorado!
¡Y si sufrimos con paciencia y en silencio la ausen-