V
93 «Aun me parece que le estoy mirando y que le estoy oyendo— continuó el doctor un poco abstraído.» Después se puso á mirar atentamente el techo, como si allí arriba hubiera alguna cosa escrita. Abandonado á la meditación, los ojos se le iban al cielo, tomando todo él aquella actitud de santo que le era peculiar. Después prosiguió la historia como sigue: «No sé qué pensé entonces. Me ocurrió encerrarlo allí, y esperar días, semanas y meses á ver si herido, solo, sin comer ni beber podía existir aquel ser maldito. Entretanto, salía la sangre de su herida, sin que por eso se postrara más su cuerpo; por el contrario, animábase más cada vez, aumentando mi desesperación. Diga usted si el caso no era para volverse loco. ¡Estar constantemente perseguido por aquel demonio, que tampoco había podido matarme, y que concluía por instalarse en mi casa, junto á mí, siempre á mi vista, como mi conciencia, como mi pensamiento, como mi miedo! Mi rabia no tuvo