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B. Pérez Galdós

entran las ideas innatas; mejor dicho, estaban en mí, según creo, desde el nacer, ¡qué sé yo!, desde el principio, desde más allá. Yo no sé qué espíritu diabólico es el que viene á decirnos ciertas cosas al oído cuando estamos entregados á la meditación; yo no sé quién forja esos raciocinios que entran en nuestro cerebro ya hechos, firmes, exactos, con su lógica infernal y su evidencia terrible. Un día entraba yo escuche usted bien traba yo en mi casa, dominado por estos pensamientos: cuando me acerqué á la habitación de Elena, creí sentir una voz de hombre que hablaba muy quedo allí dentro; la voz calló de pronto... Advertían mi llegada...

Después me pareció sentir pasos precipita dos, como quien huye, procurando hacer el menor ruido posible. No puedo dar idea del repentino furor que se apoderó de mí; me cegué, corrí, me abalancé á la puerta, la empujé fuertemente, la abrí de un golpe con tanto estrépito, que las paredes se estremecieron con esa convulsión intensa de los edificios cuando los combate la tempestad, ó tiembla la tierra en que están cimentados.

— Terribles fuerzas tiene usted—dije irónicamente, reparando cuán poca semejanza había entre mi desdichado amigo y el tipo que de Sansón nos hemos figurado.

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