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CAPÍTULO II
La obsesión.
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I
Por fin sofocamos el fuego con gran trabajo, impidiendo que se propagara la llama y nos consumiera á todos. La única víctima fué el infeliz animal, que, habiendo recibido en su piel el líquido hirviente, ardió como una mecha y pereció, según dijimos, con dolores espantosos. Igual suerte cupo á una buena parte del delantal de doña Mónica, donde abrió la llama un boquete, después de haberle quemado á la señora los dedos al tratar de apagarlo. El sabio no tuvo más serio percance que la total pérdida de un mechón de cabellos que con inveterada tenacidad, más rebelde á la acción del tiempo que á la de la pomada, se adelantaba sobre su sien derecha.
Por fin se apagó el incendio, y habiéndose marchado la vieja hecha un veneno á causa del percance, que atribuía á las brujerías del amo, y dolorida por el triste fin del micho, á quien apreciaba de corazón, el doctor continuó de esta manera: «Yo no sé en qué fundaba mis sospechas: que las tenía. Entraron en mí como ense