— En nada positivo por de pronto. Luego verá usted. Ella me tenía miedo; yo lo conocía. Pero esto es inexplicable, usted no puede comprenderlo.
Y en efecto, nada comprendía de semejante jerigonza, de aquellos hechos en que todo era confusión.
Nada puede usted comprender por ahora, sino después, cuando le explique todo lo que me pasó. Un día estaba ella en esa habitación que he descrito últimamente; hallábase en pie delante del magnífico lienzo de Paris y Elena, de que hablé á usted. «¡Qué hermosa figura!»—dijo señalando á Paris. «Sí», repliqué yo mirándola también.—Y los dos contemplamos un rato la belleza singular del incomparable mancebo. Después ella se marchó, y yo tras ella...
— Cada vez entiendo menos —dije para mis adentros.
Esto acabo de contar explicará un que poco mi sorpresa, mi terror, cuando una noche entrẻ en casa y vi...
—¿Pero qué? — pregunté, deseando saber lo que vió el doctor alucinado.
53 — —Para que usted se haga cargo bien de esto, debo ponerle en antecedentes de muchas cosas que influyeron mucho en el nunca visto estado de mi espíritu. Aun recuerdo su