de la retórica y un copioso caudal de retazos eruditos que desembuchaba aquí y allí con gran desenfado. Su estilo no carecía de arte, siendo por lo general difuso, vivo y pintoresco.
Esto hará creer al lector que tenemos que habérnoslas con algún literato desahuciado de la crítica, desheredado de los favores populares, uno de esos que entregan á la miseria y al hastío una vida incapaz de emplearse en el ejercicio del arte y en el pleno goce de la gloria. No; el doctor Anselmo no era literato, ni sabemos que de su pluma saliera nunca otra cosa que unas cuentas mal pergeñadas de las pérdidas de su casa, y algún memorial para hacer valer sus derechos á la pensión: era un hombre que tenía metida en la cabeza una idea insana. Tal vez conociendo algunos detalles de su vida, y prestando atención al incidente que él mismo nos va á referir, sepamos cómo llegó aquel entendimiento á tal grado de desbarajuste, y cómo se aposentaron en su cerebro tantas y tan lucas imágenes mezcladas de discretos juicios, tanta necedad unida á grandes concepciones, que parecen fruto del más sano y cultivado entendimiento.
Tuvo el tal una juventud muy borrascosa, y desde su primera edad se notó en él gran