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B. Pérez Galdós

desbordándose en elocuencia, en cariño, en entusiasmo, en exaltada fe y esperanzas; el que en los altares es la sangre del cordero inmolado, y después de figurar junto al pan en la mesa divina, puede gloriarse de haber tenido por amigos á los más grandes hombres, Noé, Anacreonte, Horacio, Shakespeare y otros; el que ha sido adorado como dios en Grecia, coronado de flores en Roma, cantado en Alemania, ensalzado por los bárbaroş y llevado á las más remotas tierras por los conquistadores; el que se adapta con maravillosa flexibilidad al genio de cada país, siendo agrio y fino en Francia, dulce en Italia, grave en Hungría, seco y fogoso en España, delicado y pensativo en Alemania, popular en Inglaterra. Él ha encendido crueles guerras entre el Norte que lo desea y el Mediodía que lo produce; tiene parte en la melancolía del Oriente bíblico, en el estro armonioso de los helenos, en la ruda exaltación goda, en la valentía tosca del Romancero, que viene á ser la épica contienda de dos razas que se disputan durante siglos unas cuantas llanadas de cepas. Tiene parte también en la donosa borrachera de la poesía del Rhin, y en las epopeyas colosales de los portugueses, buscadores de mundos, para acercar la copa divina á los labios amarillos del