De repente, Celín se restregó sus heladas manos, y recurriendo á la gimnasia para entrar en calor, dió un sin fin de volteretas con agilidad pasmosa. Á pesar del estado de su espíritu, la niña de Pioz se echó á reir. Celín se le puso delante, y con picaresco acento le dijo: — Sé volar.
Para probarlo agitó los brazos y fué de una parte á otra con increíble presteza. Diana no podía apreciar la razón física de aquel fenómeno, y atónita contempló las rápidas curvas que Celín describía, ya rastreando el suelo, ya elevándose hasta mayor altura que las puertas de las casas; tan pronto se deslizaba por un pretil ornado de macetas, como se dejaba caer de considerable altura, subiendo luego por un poste telegráfico y saltando desde la punta de él á un balcón próximo, para deslizarse hacia el suelo, rozando su cuerpo con un farol.
— No te canses, hijo; ya veo que vuelasgritó la señorita corriendo hacia él, porque con aquellos brincos fenomenales, Celín se había puesto á considerable distancia.
Avanzaron más, y hallándose junto á unas tapias rojizas, que eran las de los corrales de la Plaza de Toros, Celín se paró, y dijo: —¿Oyes, oyes? Es el río.