PÉREZ GALDÓS nas que semejan de pasados siglos, como se nos descuelga con otras que al nuestro y á los días que vivimos pertenecen; por lo cual le entran á uno tentaciones de creer cierto runrún que la tradición nos ha transmitido referente al tal Díez de Turris; y es que después de las comidas solía corregirse la flaqueza de estómago con un medicamento que no se compra en la botica, siendo tal su afición, que el codo lo tenía casi siempre en alto hasta la hora de la cena, y aun después de ésta, que era cuando escribía. Estaba, pues, el hombre tan inspirado, que hasta el manuscrito que á la vista tengo conserva todavía el olor.
Pues, como decía, dieron tierra al capitán D. Galaor la víspera de los Difuntos, con tanta pompa y tan lucido acompañamiento de personas principales, que en Turris no se había visto nunca cosa semejante. Veinticinco años tenía el joven, gloria extinguida y esperanza marchita de sus papás. Había despuntado con igual precocidad en las armas y en las letras, y aunque no llegó á consumar ninguna sonante proeza con la espada ni con la pluma, sin duda estaba llamado á asombrar al mundo cuando la ocasión llegase. Su muerte fué muy sentida en todo el Reino, mayormente en aquella parte donde