tantemente en una parte del cuerpo, producía en ella la alteración del tejido; y de este modo explicaba las célebres llagas de San Francisco, las cuales no eran otra cosa, según él, que una lesión producida por la convergencia de todas las facultades, de todas las fuerzas del espíritu hacia el punto en que aparecieron. Si estos efectos tan palpables producen las ideas fijas en la economía animal, si tienen poder bastante para alterar los tejidos, para trastornar lo que les es menos afine, la materia, ¿qué no harán en la vida espiritual, donde todas las facultades están en perpetuo y estrechísimo enlace? Yo me explico la obsesión de usted, y sus diálogos con ese ser incomprensible; me explico el duelo, que fué el último grado de la alucinación. Todo lo comprendo menos la falta de antecedentes reales, de hechos que favorecieran esa predisposición de usted, determinando la serie de fenómenos psicológicos que ha referido.
Hechos, sí; yo creo que los hubo—contestó—. Lo último de que conservaba memoria es haber oído hablar á mi mujer de aquel joven. Yo pienso que también le vi y le hablé.
Pero no recuerdo más. Después, lo que mi memoria conserva de un modo indeleble, es la noche en que oí la voz en su cuarto, la