atormentado á la pobre Elena por una causa tan frívola. Serénate, hombre; ten calma, como antes te he dicho. Si porque cuatro desalmados hablan de ti vas á hacer tales atrocidades, asemejándote á los mayores locos que han existido, ¿qué harías si tuvieras una verdadera causa?» «Así habló el conde del Torbellino, y sus palabras, lejos de darme luz en aquel asunto, me embrollaron más y más la cabeza. Antes había dudado si la figura de Paris era real ó meramente una creación de mi entendimiento, producida por fenómenos no comprendidos; esta duda me daba grande tormento.
Ahora, según las palabras de mi suegro, Paris era un ser real, conocido de todos. Entonces, ¿cómo fué herido gravemente por mí, restableciéndose después por encanto sin que quedaran en su cuerpo señales de postración?
¿Cómo aparecía y desaparecía sin saber de qué modo? Esto aumentaba mi confusión de tal manera, que cuando se fué mi suegro me sumergí en intrincadas y laberínticas meditaciones, á ver si vislumbraba un rayo de luz en tantas lobregueces. ¡Dios mío! Aun no era bastante. Para colmo de desdicha, entró mi suegra, que, empleando muy distintas razones que su esposo, dialogó conmigo un buen espacio de tiempo.