«Pues usted me explicará eso mejor, si quiere que le entienda — dije yo, que ya tenía demasiadas confusiones en la cabeza, para comprender de una vez la nueva serie de enredos que mi suegro me traía.» — «Elena se queja con razón—contestó—; la infeliz ha enflaquecido de tal modo estos días, que parece un cadáver. Todos procuramos consolarla. ¡Cuidado que eres extravagante! La atormentas del modo más cruel; la asustas con tus atrocidades sin cuento. Pero ¿en quién has visto cosa semejante? Según ella refiere, algunas noches entras despavorido en su cuarto, diciendo que has oído allí la voz de un hombre; otras veces la maltratas, la injurias, asegurando que has visto á alguien saltar por su ventana al jardín. Cuando más descuidada y tranquila se halla, entras furioso, profiriendo gritos y amenazas y preguntando dónde está él; tu aspecto infunde miedo; tus palabras son las de un loco; tu ademán es descompuesto. Di si hay mujer que tenga la fortaleza y el temple suficientes para ver en calma estas cosas, y considera también si no hay en tu conducta bastantes motivos para atraerte, no digo yo la antipatía, sino el horror de tu esposa.» —«Sí—repliqué yo—, lo confieso; pero usted no sabe que para obrar así tengo mis razones.» 8
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La sombra