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B. Pérez Galdós

piarse todo lo que era de usted — observé; y me arrepentí al poco rato de haber hecho tal observación.

— Sí—dijo tristemente—. Por fin, viendo que nada podía hacer contra aquel miserable; viendo que no le podía vencer, que no le podía matar, que no le podía arrojar de mi casa, resolví entregarme al dolor, rendirme, incapaz ya de resistir más tiempo. No injurié á Paris, no le maldije, ni intenté maltratarle, porque nada valía contra él. Di tregua á la ira, trocándola por una resignación serena, que fué en mí entonces de algún alivio.

» Yo me voy—le dije —, puesto que nada puedo contra ti. Demonio invulnerable, yo te abandono todo: mi casa, mis riquezas, mi posición, mi esposa; todo queda en tus manos, incluso mi honor, que no he podido librar de ti. Hablo de mi honor en la opinión de las gentes, que mi honor en mi conciencia, eso va siempre conmigo y no me lo puedes quitar con tus malas artes. Prefiero andar errante lejos de aquí, en país desconocido, despreciado de todos, á soportar este suplicio en que vivo, privado de los más inocentes goces del hogar. Quiero huir; quédate aquí en posesión de todo: me confieso vencido.» —«¡Necio!—contestó mirándome—.¿Adónde has de ir que yo no pueda seguirte? Re