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nas, distribuir la educación por igual en todas las capas, pues nada hay más peligroso que el desnivel entre la cultura moral y los adelantos materiales; ratificar el carácter laico de la enseñanza, porque abunda la impostura; y fomentar aspiraciones superiores hasta en los italiotes de la gleba, que suelen pagarlo, vuelta á vuelta, con un Horacio y con un Virgilio[1].

Sobran motivos de lucha y el quijotismo es siempre bello. No seré yo quien moteje de excesivo al arranque con que se descabeza tal solemne monigote, ó al desenfado con que se sacrifica, como al capricho de una coqueta adorada, tres días de olla repleta á un epigrama de la Musa. La cría de abejas supone esos aguijonazos que ya aquejaban al galano Marcial[2].

Queda siempre media vida para la alegría y el amor, cuando la otra mitad se ha ido con la sangre de la jornada. Y aún en lo arduo del camino es siempre posible dejar un momento la acémila pedagógica, para cortar de paso una miosotis sentimental en la maceta de Clitaura...

  1. Sabido es que Virgilio y Horacio fueron hijos de campesinos.
  2. Ecce nocet vati musa jocosa suo, lib. II, epig.