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dicho sea para honor del país. Ahora es casi imposible visitar lo grados infantiles sin oir á cada rato estas palabras del maestro:

«Veo que algunos niñitos no piensan; piense, niño, ante de responder; lo que yo quiero es que piensen... » Enseñar á discurrir, evitar la afirmación dogmática, hacer que el niño llegue por sí mismo al descubrimiento de la verdad, son lugares comunes para el último maestrillo, y á tal fin responden principalmente las lecciones de cosas[1] . Unicamente nuestros académicos lo ignoraban, y esto es plica cómo uno (el de más campanillas literarias quizá) nos pregonó el otro día la novedad de que los maestros deben saber psicología, imitando malamente á cierto congénere ultramarino, cuya erudición se divulga con igual insignificancia, lo mismo en una digestión pedagógica que en un fantaseo de burgués sentimental sobre las ruinas de Cartago...

Así son con harta frecuencia las apreciaciones científicas de la nota, cuando no enuncian errores más imperdonables aún.

El final del párrafo cuya primera parte acabo de comentar, resume en esta forma el carácter de los estudios preparatorios:

  1. Los alumnos practicantes de las escuelas normales, mencionan siempre el método inductivo en los planes de las clases que dan, y á él se sujetan con fidelidad hasta excesiva en ciertos casos.