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LA GUERRA GAUCHA

el perrito que se le había apegado, y que famélico sin duda, mientras recorría él los pastizales, mascó un pedazo de correa.

Su enfado se desahogó en una furiosa puerilidad contra aquel hurto. Atropelló al animalito, y envasándole el cuchillo en la garganta, lo botó de un puntapié. El bultito peloteó, gimiendo, entre las malezas, parecido á un cepellón con sus cadejos llenos de cascarria; pero, sin tiempo para reflexionar sobre aquel acto, tal era su fatiga, el hombre se durmió arrebujado en el poncho.

Pasaron las horas. Blanqueaba en los bordes del cobertor un musgo de escarcha. El vientecillo galicinio empezaba á levantarse en agudo tiritamiento. Con elegancia melancólica palpitaba en el horizonte el ampo del lucero, avivando de tal modo su esplendor, que los objetos proyectaban sombras. El alba venía. Las constelaciones blanqueaban en la inmensidad como canteros de flores. Sobre la turgencia de las colinas apuntó el nimbo dilucular. Una vaga lividez estañaba las hojas.

De repente, el hombre sintió que le mesaban los cabellos. Irguiose sobresaltado, descolgándose el sueño de los ojos, facón en mano. Sobre la campiña, las manchas de flores claras parecían lagunas y el pajonal silbaba indecisamente. Algo debía ocurrir en esa quietud, pues el caballo, arpada