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CARGA

á montar ochenta hombres. Para mejor, por no denunciarse con las humaredas habían ayunado. Decidiose un consejo de guerra y los jefes entablaron la discusión, previa orden de que nadie fumase.


Lo noche, entretanto, sobrealzaba sus enormes paredes. De cuando en cuando un relámpago abrazaba en su amplitud oscilante los lindes del panorama. Cerros y bosques traslucían en la sulfúrea iluminación, oyéndose un rato después rumor de tráfagos enormes.

Más se acidulaba el falsete de los grillos. Una ráfaga perdida difluyó tibiezas. En la cima del cúmulo palpitaba sin cortarse una azulosa luminosidad, indicando viento. Abajo, la nube se empreñaba, transparentando, como un tumor sus venas, guías de fuego; mientras su cima reptaba con lentitud vermicular. Los relámpagos se desteñían, vigorizando las siluetas en una flotación visionaria. Después la noche, como un portón que bruscamente empujado reacciona en sus goznes, cerrábase de nuevo.

Todavía brillaba al opuesto lado una estrella. Si antes de salir la luna, los nubarrones cenitales se unían, aguacero seguro. No en balde la víspera aulló tanto el aguará...