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La ciudad de Dios

la voluntad permaneciera estable en el amor del bien superior inmutable, que era el que la ilustraba y alumbraba para que viviese y la encendía para que amase, no se desviara de allí para agradarse á sí misma ni se quedara sin luz á obscuras ni sin amor helada; de manera que ni Eva creyera que la decía verdad la serpiente, ni Adán antepusiera al precepto de Dios el gusto de su esposa, ni amaginara que sólo pecaba venialmente si á la compañera inseparable de su vida la acompañaba también en el pecado. Así que no hicieron la obra mala, esto es, aquella transgresión y pecado comiendo del manjar prohibido, sino siendo ya malos; aquella frata era mala porque provenía del árbol malo, y el árbol hízose malo contra naturam; porque si no es por vicio de la voluntad, el cual es contra el buen orden de la naturaleza, no se hiciera malo; que el depravarse y estragarse con el vicio, no sucede sino en la naturaleza formada de la nada. Así, pues, el aer naturaleza lo tiene por la parte que es criatura de Dios, y el degenerar y declinar de aquel que la hizo, tiénelo por la parte que fué hecha de la nada. Pero tampoco de tal manera declinó ó degeneró el hombre que del todo fuese nada, sino que, inclinándose á sí mismo, vino á ser menos de lo que era cuando estaba unido con aquel que es Sumo y tiene suma esencia; y por esto, dejando á Dios, pretender ser en sí mismo, esto es, agradarse y complacerse de sí mismo, no es ser ya nada sino acercarse á la nada, por lo cual la Sagrada Escritura llama por otro nombre á los soberbios «gente que se agrada y paga de si», porque bueno es tener el corazón levantado o elevado, pero no á sí propio, que es efecto de soberbia, sino á Dios, que lo es de obediencia, la cual no se halla sino en los humildes. Tiene la humildad cierta cualidad que con modo admirable levanta el corazón, y tiene cierto atributo la soberbia que depri-