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CANTO DÉCIMOCTAVO

go á que te den, aunque sea mucho. En este umbral hay sitio para entrambos y no has envidiar las cosas de otro; me parece que eres un vagabundo como yo, y son las deidades quienes proporcionan la opulencia. Pero no me provoques demasiado á venir á las manos, ni excites mi cólera: no sea que, viejo como soy, te llene de sangre el pecho y los labios; y así gozaría mañana de mayor descanso, pues no creo que asegundaras la vuelta á la mansión de Ulises Laertíada.»

25 Contestóle, muy enojado, el vagabundo Iro: «¡Oh dioses! ¡Cuán atropelladamente habla el glotón, que parece la vejezuela del horno! Algunas cosas malas pudiera tramar contra él: golpeándole con mis brazos, le echaría los dientes de las mandíbulas al suelo como á una marrana que destruye las mieses. Cíñete ahora, á fin de que éstos nos juzguen en el combate. Pero ¿cómo podrás luchar con un hombre más joven?»

32 De tal modo se zaherían ambos con gran animosidad en el pulimentado umbral, delante de las elevadas puertas. Advirtiólo la sacra potestad de Antínoo y con dulce risa dijo á los pretendientes:

36 «¡Amigos! Jamás hubo una diversión como la que un dios nos ha traído á esta casa. El forastero é Iro riñen y están para venir á las manos: hagamos que peleen cuanto antes.»

40 Así se expresó. Todos se levantaron con gran risa y se pusieron alrededor de los haraposos mendigos. Y Antínoo, hijo de Eupites, díjoles de esta suerte:

43 «Oíd, ilustres pretendientes, lo que voy á proponeros. De los vientres de cabra que llenamos de gordura y de sangre y pusimos á la lumbre para la cena, escoja el que quiera aquel que resulte vencedor por ser el más fuerte; y en lo sucesivo comerá con nosotros y no dejaremos que entre ningún otro mendigo á pedir limosna.»

50 Así se expresó Antínoo y á todos les plugo cuanto dijo. Pero el ingenioso Ulises, meditando engaños, hablóles de esta suerte:

52 «¡Amigos! Aunque no es justo que un hombre viejo y abrumado por la desgracia luche con otro más joven, el maléfico vientre me instiga á aceptar el combate para que haya de sucumbir á los golpes que me dieren. Ea, pues, prometed todos con firme juramento que ninguno, para socorrer á Iro, me golpeará con pesada mano, procediendo inicuamente y empleando la fuerza para someterme á aquél.»

58 Así les dijo; y todos juraron, como se lo mandaba. Y tan pron-