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LA ODISEA

tan solamente, sino muchos más, y pronto vas á saber el número. De Duliquio vinieron cincuenta y dos mozos escogidos, á los que acompañan seis criados; otros veinticuatro mancebos son de Same; de Zacinto hay veinte jóvenes aqueos; y de la misma Ítaca, doce, todos ilustres; y están con ellos el heraldo Medonte, un divinal aedo y dos criados peritos en el arte de trinchar. Si cerramos con todos los que se hallan dentro, no sea que ahora que has llegado pagues de una manera bien amarga y terrible el propósito de castigar sus demasías. Pero tú piensa si es posible hallar algún defensor que nos ayude con ánimo benévolo.»

258 Contestóle el paciente divinal Ulises: «Voy á decirte una cosa; atiende y óyeme. Reflexiona si nos bastarán Minerva y el padre Júpiter, ó he de buscar algún otro defensor.»

262 Respondióle el prudente Telémaco: «Buenos son los defensores de que me hablas, aunque residen en lo alto, en las nubes; que ellos imperan sobre los hombres y los inmortales dioses.»

266 Díjole á su vez el paciente divinal Ulises: «No permanecerán mucho tiempo apartados de la encarnizada lucha, así que la fuerza de Marte ejerza el oficio de juez en el palacio entre los pretendientes y nosotros. Ahora tú, apenas se descubra la aurora, vete á casa y mézclate con los soberbios pretendientes; y á mí el porquerizo me llevará más tarde á la población, transformado en viejo y miserable mendigo. Si me ultrajaren en el palacio, sufre en el corazón que tienes en el pecho que yo padezca malos tratamientos. Y si vieres que me echan, arrastrándome en el palacio por los pies, ó me hieren con saetas, sopórtalo también. Mándales únicamente, amonestándolos con dulces palabras, que pongan fin á sus locuras; mas ellos no te harán caso, que ya les llegó el día fatal. Otra cosa te diré que guardarás en tu corazón: tan luego como la sabia Minerva me lo inspire, te haré una señal con la cabeza; así que la notes, llévate las marciales armas que hay en el palacio, colócalas en lo hondo de mi habitación de elevado techo y engaña á los pretendientes con suaves palabras cuando, echándolas de menos, te pregunten por las mismas: «Las he llevado lejos del humo, porque ya no parecen las que dejara Ulises al partir para Troya; sino que están afeadas en la parte que alcanzó el ardor del fuego. Además, el Saturnio sugirióme en la mente esta otra razón más poderosa: no sea que, embriagándoos, trabéis una disputa, os hiráis los unos á los otros, y mancilléis el convite y el noviazgo; que ya el hierro por sí solo atrae al hombre.» Tan solamente dejarás para nosotros dos espadas, dos lanzas