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LA ODISEA

de Arete una copa doble, mientras le decía estas aladas palabras:

59 «Sé constantemente dichosa, oh reina, hasta que vengan la senectud y la muerte, de las cuales no se libran los humanos. Yo me voy. Tú continúa holgándote en esta casa con tus hijos, el pueblo y el rey Alcínoo.»

63 Dicho esto, el divino Ulises traspuso el umbral. La potestad de Alcínoo le hizo acompañar por un heraldo que lo condujese á la velera nave, á la orilla del mar. Y Arete le envió también algunas esclavas: cual le llevaba un manto muy limpio y una túnica; cual, una sólida arca; y cual otra, pan y rojo vino.

70 Cuando hubieron llegado á la nave y al mar, los ilustres marineros, tomando tales cosas juntamente con la bebida y los víveres, lo colocaron todo en la cóncava embarcación y tendieron una colcha y una tela de lino sobre las tablas de la popa á fin de que Ulises pudiese dormir profundamente. Subió éste y acostóse en silencio. Los otros se sentaron por orden en sus bancos, desataron de la piedra agujereada la amarra del barco é inclinándose, azotaron el mar con los remos; mientras caía en los párpados de Ulises un sueño profundo, suave, dulcísimo, muy semejante á la muerte. Del modo que los caballos de una cuadriga se lanzan á correr en un campo, á los golpes del látigo y, levantándose sobre sus pies, terminan prontamente la carrera; así se alzaba la popa del navío y dejaba tras sí muy agitadas las olas purpúreas del estruendoso mar. Corría el bajel con un andar seguro é igual, y ni el gavilán, que es el ave más ligera, lo hubiese acompañado: así, corriendo con tal rapidez, cortaba las olas del mar y llevaba un varón que en el consejo se parecía á los dioses; el cual tuvo el ánimo acongojado muchas veces, ya combatiendo con los hombres, ya surcando las temibles ondas, pero entonces dormía plácidamente, olvidado de cuanto padeciera.

93 Cuando salía la más rutilante estrella, la que de modo especial anuncia la luz de la Aurora, hija de la mañana, entonces la nave, surcadora del ponto, llegó á la isla.

96 Hay en el país de Ítaca el puerto de Forcis, el anciano del mar, formado por dos orillas prominentes y escarpadas que convergen hacia las puntas y protegen exteriormente las grandes olas contra los vientos de funesto soplo; y en el interior las corvas naves, de muchos bancos, permanecen sin amarras así que llegan al fondeadero. Al cabo del puerto está un olivo de largas hojas y muy cerca una gruta agradable, sombría, consagrada á las ninfas que Náyades