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me rompieron las vértebras del cuello, y mi alma descendió al Orco. Ahora te suplico en nombre de los que se quedaron en tu casa y no están presentes,—de tu esposa, de tu padre, que te crió cuando eras niño, y de Telémaco, el único vástago que dejaste en el palacio:—sé que, partiendo de acá, de la morada de Plutón, detendrás la bien construída nave en la isla Eea; pues yo te ruego, oh rey, que al llegar á la misma te acuerdes de mí. No te vayas, dejando mi cuerpo sin llorarle ni enterrarle, á fin de que no excite contra ti la cólera de los dioses; por el contrario, quema mi cadáver con las armas de que me servía y erígeme un túmulo en la ribera del espumoso mar, para que de este hombre desgraciado tengan noticia los venideros. Hazlo así y clava en el túmulo aquel remo con que, estando vivo, bogaba yo con mis compañeros.»

79 »Tales fueron sus palabras; y le respondí diciendo: «Todo lo haré, oh infeliz, todo te lo llevaré á cumplimiento.»

81 »De tal suerte, sentados ambos, nos decíamos estas tristes razones: yo tenía la espada levantada sobre la sangre; y mi compañero, desde la parte opuesta, hablaba largamente.

84 »Vino luego el alma de mi difunta madre Anticlea, hija del magnánimo Autólico; á la cual dejara yo viva cuando partí para la sagrada Ilión. Lloré al verla, compadeciéndola en mi corazón; mas con todo eso, á pesar de sentirme muy afligido, no permití que se acercara á la sangre antes de interrogar á Tiresias.

90 »Vino después el alma de Tiresias, el tebano, que empuñaba áureo cetro. Conocióme, y me habló de esta manera:

92 «¡Laertíada, de jovial linaje! ¡Ulises, fecundo en recursos! ¿Por qué, oh infeliz, has dejado la luz del sol y vienes á ver á los muertos y esta región desapacible? Apártate del hoyo y retira la aguda espada, para que, bebiendo sangre, te revele la verdad de lo que quieras.»

97 »Tal dijo. Me aparté y metí en la vaina la espada guarnecida de argénteos clavos. El eximio vate bebió la negra sangre, y hablóme al punto con estas palabras:

100 «Buscas la dulce vuelta, preclaro Ulises, y un dios te la hará difícil; pues no creo que le pases inadvertido al que sacude la tierra, quien te guarda rencor en su corazón, porque se irritó cuando le cegaste el hijo. Pero aún llegaríais á la patria, después de padecer trabajos, si quisieras contener tu ánimo y el de tus compañeros así que ancles la bien construída embarcación en la isla Trinacria, escapando del violáceo ponto, y halléis paciendo las vacas y las