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LA ISLA DEL TESORO

sin rodeos y le ofrezco á Vd. que al punto suelto el timón.

—No, contestó el Doctor. No tengo derecho de decir nada más: no es un secreto mío, Silver; que si lo fuera, le empeño á Vd. mi palabra de que lo diría. Sin embargo, me avanzo, en bien suyo, hasta donde creo que puedo atreverme, y un paso más todavía; porque me parece que el Capitán va á ajustarme la peluca si no me equivoco. Pero no importa: por primera vez, Silver, le doy á Vd. alguna esperanza; si ambos salimos vivos de esta lobera, le ofrezco á Vd. que, menos perjurar, haré cuanto esté en mi mano por salvarle.

La fisonomía de Silver radió con una expresión brillante.

—Si fuera Vd. mi madre, exclamó aquel hombre, no podría Vd. decir nada que me consolara más; estoy seguro.

—¡Bien!, esa es mi primera concesión, añadió el Doctor. La segunda es algo como un nuevo consejo: guarde Vd. á este muchacho muy cerca de sí, y si necesitare Vd. ayuda, no haga más que gritar. Yo voy á asegurársela á Vd., y eso mismo le probará que yo no hablo á la ventura. Adiós, Jim.

Diciendo esto, el Doctor Livesey me apretó la mano, al través de los mal unidos postes, hizo una inclinación á Silver y se alejó á paso vigoroso perdiéndose luego entre la arboleda.