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EL CAMPO ENEMIGO

Yo te sacaré salvo de entre sus garras, en cuanto de mí dependa; pero lo dicho, Jim, servicio por servicio, tú salvas á tu amigo Silver de la horca.

Me sentía anonadado y aturdido. Parecíame una cosa tan sin visos de esperanza lo que él me pedía... él,... el viejo pirata, ¡el cabecilla de la rebelión!

—Lo que esté en mi mano hacer, eso haré, le respondí.

—¡Pues trato hecho!, exclamó John Silver. Tú has sabido hablar con valor y con fiereza y ¡por el infierno! yo sabré cumplirte mi palabra.

Se adelantó luego hacia la antorcha que estaba, como he dicho antes, encajada entre la leña, y allí volvió á encender su pipa que se había apagado.

—Entiéndeme bien, Jim, prosiguió en seguida: yo tengo una verdadera cabeza sobre mis hombros. Lo que es ahora, nadie es más partidario del Caballero que yo. Comprendo muy bien que tú has puesto á salvo ese buque en alguna parte... ¿Cómo?, no lo sé; pero sí afirmo que está en seguro. Tal vez lograste reducir y convencer á Hands y á O’Brien. Yo nunca tuve en ellos una gran fe. Pero, fíjate en ésto: yo nada pregunto ni dejaré que los otros pregunten. Yo sé y conozco bien cuándo un juego está de punto, ¡sí señor! Pues te aseguro, chico, que lo que es éste, ¡ya quema! ¡Ah! tú eres un niño todavía; pero tú y yo juntos ¡cuántas y cuan buenas cosas pudiéramos haber hecho!

Diciendo esto abrió la llave del barrilillo y dejó correr un poco de cognac en un vasito de lata.

—¿Quieres un trago, camarada?, preguntóme. Y como yo rehusase prosiguió: