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L AF A N F A R L O


Una mañana, Samuel fue despertado por la voz traviesa de la Fanfarlo y, luego de levantar lentamente su fatigada cabeza de la almohada en que reposaba, leyó una carta que ésta le daba:

“Gracias, señor, mil veces gracias; mi felicidad y mi reconocimiento le serán bien retribuidos en un mundo mejor. Lo acepto. Recupero a mi marido de sus manos y me lo llevo esta misma noche a nuestra tierra de C***, donde recobraré la salud y la vida que le debo. Reciba, señor, la promesa de una amistad eterna. Siempre lo he creído demasiado honesto como para no preferir una amistad en lugar de cualquier otra recompensa.”

Samuel, tendido entre encajes y apoyado sobre uno de los más frescos y bellos hombros que se haya podido existir, sintió vagamente que había sido burlado, y sintió cierta penar al reunir en su memoria los elementos de la intriga que él mismo había llevado a buen término; pero se dijo tranquilamente: “¿Son realmente nuestras pasiones sinceras? ¿Quién puede saber con certeza aquello que quiere