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L AF A N F A R L O

y muchas miradas. Al pasar frente a ella, alcanzó a escuchar detrás de sí este fragmento de diálogo:

–¿Qué le parece ese joven, Mariette?

Pero esto dicho con un tono de voz tan distraído, que ni el observador más malicioso habría podido decir nada en contra de la dama.

–Yo lo veo muy bien, señora. ¿La señora sabe que es el señor Samuel Cramer?

Y con un tono más severo respondió:

–¿Pero cómo es que usted sabe eso, Mariette?

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Es por esto que al día siguiente Samuel tuvo gran cuidado en devolverle su pañuelo y su libro, que había encontrado en una banca y que ella no había perdido, sino que había dejado un momento mientras observaba a los gorriones disputarse unas migajas, o mientras contemplaba el trabajo interior de la vegetación. Como ocurre a menudo entre dos seres cuyos destinos cómplices han elevado su alma a un mismo diapasón,