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trario, es desarrollar la simpatía natural del hombre por su medio, provocar el conocimiento de ese mismo medio, de un modo algo semejante a la manera cándida con que el primitivo mira lo que le rodea. Claro es que el libre examen y la meditación ejercida por un conocimiento maduro o en vías de madurez no han de ser desechados; pero a qué apresurarse? No tiene el hombre de mañana toda la vida para especular sobre su medio ? En Oriente, el hábito de la meditación apoyado en las costumbres, es quizá más precoz que en Europa; pero nosotros somos Occidentales, indígenas de la zona templada, y, como tales, predispuestos a vivir una vida activa en el seno del ambiente universal.

La educación por el ambiente será, pues, una reacción saludable contra el método y el formalismo de nuestras pedagogías; será una eficaz revolución contra el uso prematuro de los procedimientos de laboratorio, una feliz rebeldía contra la tendencia a aplicar la enseñanza de los sabios ya formados a obras de educación elemental. Por el respeto a la completa individualidad del niño, por la excitación de su espontaneidad natural, despertando su entusiasmo juvenil, impedirá que nuestros escolares se transformen en efigies fundidas en el mismo molde, en otras tantas medianías tiradas a miles de ejemplares. La educación por el ambiente es eminentemente propia para desarrollar en el niño los múltiples modos de expresión de que podrá disponer en el porvenir: palabra y ademáản, escritura, dibujo y colorido, canto y música. Toda su pequeña humanidad se expansiona, se abre sobre el mundo, y sobre todo germina en él la flor bellísima del sentimiento poético.

Con tal sistema la escuela deja de ser una reunión de clases discordantes, para simplificarse y harmonizarse tendiendo hacia la unidad de su programa, dándole así la razón de ser que parecía faltarle hasta ahora.

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