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Mas la severidad lógica de tal afirmación no pudo convencerme por el pronto. Resistíame a creer que la democracia francesa, que tan activamente trabajaba por la separación de la Igley del Estado, que de tal modo se había concitado las iras clericales y que había adoptado la enseñanza obligatoria y laica, incurriese en el absurdo de la semi - enseñanza o de la enseñanza sofisticada; pero hube de rendirme a la evidencia contra todo resto de preocupación, primero por la lectura de gran parte de las obras inscriptas en el catálogo del laicismo francés, en que Dios era reemplazado por el Estado, la virtud cristiana por el deber cívico, la religión por el patriotismo, la sumisión y la obediencia al rey, al aristócrata y al clero por el acatamiento al funcionario, al propietario y al patrón; después por la consulta que hice a un notable librepensador que desempeñaba un elevado cargo en el ministerio francés de instrucción pública, quien, expuesto mi deseo de conocer los libros destinados a la enseñanza y depurados de todo error convencional, tras una completa exposición de mi pensamiento y de mis propósitos, me declaró con franqueza y con sentimiento que no había uno siquiera; todos, con un artificio más o menos hábil e insidioso, deslizaban el error, que es el necesario cimiento de la desigualdad social. Preguntado además el mismo sujeto si, ya que el ídolo divino estaba en plena decadencia oficial por haberle sustituído con el ídolo de la dominación oligárquica, había algún libro destinado a enseñanza del origen de la religión, me contestó que no había sia

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