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LA CAMPAÑA

so el soldado con motivo de la guerra, ya no eran solo vege- tales y tocino los que constituian su rancho; tenia café, azúcar, arroz, tocino ó bacalao, carne y vino; al fin, te- nia yo la satisfaccion de ver al soldado comiendo carne, reforma cuya necesidad tanto habia recomendado algunos meses antes (1): lástima que esa necesidad solo se haya re- conocido para campaña y haya dejado de atenderse desde que las tropas han vuelto vencedoras á su pátria.

Tambien habia ganado mucho en su régimen de vida: no tenia allí esas largas revistas de policía, de armas ó de ves- tuario con que en guarnicion se molesta al soldado, tenién- dole siempre sujeto á la ociosidad más trabajosa: vivia al aire libre, como antes de ser soldado, y nó encerrado en las salas de un cuartel ó un cuerpo de guardia. Sus oenpaciones estaban en armonía con aquellas á que desde niño estaba habituado; cortar leña del vecino bosque, traer agua de la fuente escondida en el barranco del Infierno, guisar su ran- eho al aire libre, escavar la tierra en derredor de su tienda, tomar parte con el hacha ó la azada, en los trabajos de fortificacion, y por las noches, agruparse en torno del fue- go del vivac, á escuchar las historias, ora alegres, ora pavo- rosas, que el más leído ó el más decidor de la compañía re- fería al amor de la lumbre; todo esto era para el soldado, vivir omo cuando en su aldea se dedicaba á las campes- tres faenas de la labranza, y el trabajo ejecutado con esta libertad no le pesaba en lo más mínimo.

Solo el servicio de trinchera era penoso, aunque indis- pensable: no teníamos entonces atrincherado nuestro campo, pero cada batallon iba por turno á gnarnecer por 24 horas

(1) Memoria sobre la Alimentacion del soldado,—Ma.ri, 1859.