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LA «ANTÍGONA»

correspóndenme, por derecho de nacimiento, todos los poderes y los privilegios todos del trono.

No es posible, respetables varones, apreciar el espíritu, los sentimientos ni el carácter de un hombre, hasta tanto que éstos se hayan manifestado en el ejercicio del poder y de las leyes[1]. En cuanto á mí, declaro que á todo el que teniendo á su cargo el gobierno de un pueblo, no adopta las resoluciones más acertadas, y sella sus labios por temor, le juzgo y le he juzgado siempre malísimo magistrado, y aun el que antepone las conveniencias del amigo al interés de la patria, paréceme del todo vil y despreciable. Pongo por testigo al Supremo Júpiter, que todo lo sabe, y á cuyos ojos nada se oculta, que jamás me callaré viendo sobrevenir males que puedan poner en peligro á mis conciudadanos, ni otorgaré nunca mi amistad al enemigo de mi patria: persuadido de que la salvación de la patria, es


  1. Este es en el fondo un pensamiento de Bias, uno de los Siete sabios: El mando pone á pruela á los hombres. Los principios ó máximas de Creonte en esta alocución ó programa de gobierno, fueron citados por Demóstenes en su famoso discurso Sobre las prevaricaciones de la Embajada.