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LA VIDA

pero ya no se explica la exquisita perfección de la celda en que ha de abrirse el huevo, cuando se piensa en las rígidas herramientas del insecto, aquellos brazos largos y dentados cuyas bruscas torpezas parecen los movimientos de un autómata.

¿Cómo obtiene el escarabajo la cámara natal, el nicho ovalado pulimentado con tanta delicadeza y estucado en el interior, con utensilios tan toscos, excelentes para labrar la toba? ¿Es posible que aquella pata, verdadera sierra de cantero, de enormes dientes, rivalice en suavidad con el pincel al introducirla por el estrecho orificio del saco? ¿Por qué no? Ya lo hemos dicho en otra parte, y éste es el momento de repetirlo: la herramienta no hace al obrero. El insecto ejerce su aptitud de especialista con el instrumento de que está provisto. Una garlopa sabe emplearla como sierra, y una sierra como garlopa, lo mismo que el obrero modelo de que habla Franklin. De ese mismo rastrillo de fuertes dientes, con que el escarabajo abre la tierra, sabe hacer llana y pincel para alisar el estuco de la cámara en que ha de nacer el gusano.

Para acabar, anotaremos otro detalle respecto de esta cámara natal. En el extremo del cuello de la pera siempre se distingue, de manera clara y precisa, un punto erizado de briznas fibrosas, en tanto que el resto del cuello está cuidadosamente pulido. Es el tapón con que la madre ha cerrado la estrecha abertura, en cuanto ha puesto el huevo en su sitio, y este tapón, como lo demuestra su estructura hirsuta, no ha sido sometido a la presión que todo el resto de la obra empasta en la masa y hace desaparecer la menor brizna saliente.