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254 PANORAMAS DE LA VIDA

Pero llegado á H. presentóseme otro obstáculo: las visitas.

Para superar este inconveniente, fuí á encerrarme en una celda de la Compañía, edificio vasto y solitario, donde podia aislarme como en un desierto. Vana esperanza! aun allí vinieron á sitiarme durante el dia entero los oficiosos saludos.

Alarmado en fin por el escaso tiempo que me quedaba para hacer aquella composicion, apenas llegó la noche, encerréme con llave y me puse á escribirla.

En el curso de mi obra, quise citar una frase que yo creia de Tertuliano, y no recordando el capítulo que la contenia, echéme á buscarla.

Sentia pesada la cabeza, y mi mano por momentos se paralizaba sobre las páginas del libro. Eran las doce de la noche.

—No busqueis vuestra cita cn Tertuliano, se encuentra en el capítulo octavo de las «Confesiones de San Agustin.»

Al escuchar aquel apóstrofe, levanté la cabeza, sorprendido, y ví sentado delante de mi un clérigo.

Iba á preguntarle como habia entrado, pues la puerta estaba con llave, cuando él, tendiendo hácia el fondo de la celda una mano demacrada y pálida me dijo:

—Yo duermo allí.