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UN VIAJE AL PAIS DEL ORO 169

clases y comuniones: militares, filibusteros, cazadores de las praderas; meto distas, kuakeros, MOrmones, espiritistas que de paso á California, hacian de la ciudad un verdadero pandemonium, entregándose á toda suerte de escentricidad.

Ya era uno que, formando un monton de piedras, subíase encima y predicaba su doctrina política ó religiosa; ya otros mil que llegaban caian sobre él, lo derribaban de su pedestal, y con aquellas mismas piedras lo magullaban hasta dejarlo semimuerto. Por aquí, dos pujilistas se hacen saltar los ojos á puñetazos; por allí un par de espadachines se atraviesan el cuerpo con una doble estocada, y cayendo sin vida, dejan sus armas á los testigos que continúan la pelea, despachando dos ó tres al otro mundo, y van á acabar aquel negocio bebiendo sendos tragos en honor de los difuntos.

Estas escenas, y el aspecto de sus protagonistas me llenaron de asombro; pero luego tuve ocasion de conocer que de todas esas formidables peripecias se compone la existencia normal de ese pueblo yankee, jigante en todo, desde las virtudes hasta la estravagancia.

Entre esos hombres, notábase uno, menos por su estatura atlética, que por la diferencia de raza y fisonomía. Tenia la tez cobriza, los cabellos