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actitud; y la temerosa llama de la mecha que descendia cada vez mas bajo la trampa.

—Cuatro! . . . . cinco! . , . . seis!

Al escuchar este guarismo de terrible proximidad, una general dispersion se efectuó en el puente, y luego el piso de la cámara se llenó de armas que caian una á una de lo alto de la escotilla.

El capitan las contó con sublime sangre fria, y gritó cuando hubo pasado por sus manos la última pistola.

—¡Franca la puerta, y la gente en su puesto!—La puerta se abrió, y Renato pálido y los vestidos descompuestos destilando agua se precipitó en la cámara.

—Elena!—exclamó.

—Héla ahi—Díjole el capitan—Se ha desmayado. Déjala asi, y á restituir arriba el órden perdido. ¿Qué fué de tí cuando te separaste de nosotros?

—Demetrio me recibió con un balazo; luché con él, dimos ambos en el agua, y mi puñal fué mas afortunado que el suyo . . . . . .

—Dios mio!—exclamó Elena, volviendo en sí de repente—Renato ha muerto? mi padre ejecutó, acaso, su terrible designio?

—Te dormiste, hija mia, al hacernos los honores de la cena: pero nosotros como galantes caballeros,