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PEREGRINACIONES 223

quieren monopolizar todos los afectos; ella, sobre todas, tan engreida y exigente, que pide cuenta al señor conde, hasta de sus pensamientos.

Y aquel hombre, sin saber que destrozaba mi corazon, charló hasta lo infinito, sobre el amor de su amo para aquella que él llamaba su esposa.

Y todo esto, yendo y viniendo, y arreglándolo todo para hospedarme; con la volubilidad y ligereza de un frances que era.

Sirvióme un delicado desayuno al que no toqué, abrumada por tantas dolorosas emociones.

Como notara mi abatimiento—Si la señora quiere reposar—dijo, haciendo una reverencia—su cuarto está listo.

Y me condujo á un precioso gabinete cuyas ventanas se abrian al oriente, á dos piés de altura sobre un pradito de donde se divisaba el camino.

Delante de la reja, se habian detenido algunos hombres que al verme asomar, me saludaron con ademanes de una familiaridad casi ofensiva.

—Son los señorones del lugar, díjome el criado, con acento desdeñoso; la mejor parte de ellos, altos empleados del gobierno; pero ah! yo, que no soy sino un pobre sirviente, sin mas nombre que Juan á secas, podia sin embargo darles lecciones de cortesía; y mas que todo, de respeto á las señoras.