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PEREGRINACIONES 193

y demacrada por alguna dolencia, cuya sombra se reflejaba en sus ojos azules de suave y dulcísima mirada.

La espresion de aquellos ojos traíame un recuerdo que cruzaba mi mente y se borraba, por mas que y0 hacía para fijarlo en mi memoria.

Mi compañera notó mi preocupacion.

—No se moleste usted por mí—me dijo—haga como si se hallase sola, lea, duerma, ó vaya á pasearse sobre cubierta. Yo me quedaré encerrada aquí, hasta que lleguemos al Rosario.

En efecto, mi compañera no dejó el camarote ni se acostó durante el trayecto que hicimos juntas. Absorbida por algun doloroso pensamiento, permanecía horas enteras con la vista fija en un punto invisible, ó bien cerrados los ojos y la frente entre las manos, muda, inmóvil, abstraida de todo lo que pasaba en torno suyo.

—Que insípida compañía ha tenido usted en mí, señora—díjome cuando llegados al Rosario, iba á dejarme para desembarcar en aquel puerto—Ay ! despues de años de febril actividad en busca de mi hijo perdido, desesperada de encontrarlo, he caido en esta horrible apatía que, jóven aun, me da el entumecimiento y la debilidad de la vejez. Ah!

es que tengo remordimiento de vivir, en tanto 13