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EDGAR POE.

Hallábanse todos con los brazos puestos'en jarras, como un rebaño de idiotas, gesticulando de un modo ridículo, y mirando de reojo mi globo y persona.

Volvíles las espaldas con soberano desprecio, y levantando los ojos hácia la tierra que acababa de abandonar y de la que me desterraba tal vez para siempre, ví tenía la forma de un ancho y sombrío escudo de cobre de unos dos grados de diámetro, fijo é inmóvil en el cielo, y guarnecido por un lado con una resplandeciente y dorada media-luna, ó si se quiere mejor media-tierra. No era posible distinguir rastro, ni indicio de mares, ni continentes; hallándose toda la superficie visible, salpicada de manchas variables, y cruzada por las zonas tropicales y ecuatorial, como con otras tantas fajas.

Por tanto, tras una série dilatada de angustias, peligros inauditos, y apuros sin cuento, diez y nueve dias despues de salir de Rotterdam, hallábame al fin en el término del viaje más extraordinario, y de mayor importancia, que se ha llevado á cabo, emprendido, ni imaginado siquiera, por ningun ciudadano de ese planeta.

Réstame contar mis aventuras, porq ue no dudo que Vu ecencias comprenderán sin dificultad que despues de una permanencia de cinco años en un planeta tan interesante ya por sí mismo, duplicase este interés, por el lazo íntimo conque co-