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XLV
HISTORIA DE CHILE

rencia del Perú i el Rio de la Plata, que siendo comarcas mucho mas vastas, nunca tuvieron sino el nombre oficial de vireinatos. I cúponos esta alta honra porque cuando Cárlos V intentó desde Flándes casar a su hijo Felipe, que a la sazon era solo príncipe, con la reina María de Inglaterra, observóle ésta que no era bien dar su mano a nadie que, como ella, no fuera un rei. "I como ya estas provincias, dice Rosales, estuviesen por el emperador, dijo:—Pues hagamos reino a Chile! i desde entónces quedó con ese nombre."

Por lo demas, la competencia del padre Rosales para conocer la historia natural de Chile en un sentido práctico no podia ser mas reconocida, pues lo habia recorrido en todas direcciones hasta Chiloé, siendo el primer provincial de la Compañía de Jesus que hubiese llegado a esas aguas. Pasó dos veces la Cordillera de los Andes, habitó entre los pegüenches, estuvo trece meses sitiado en las selvas de Boroa, i anduvo por último en todos los parajes del reino, sin que haya quedado, dice el conocido jesuita Nicolas de Lillo, su contemporáneo, "isla en su piélago, pedernal en sus sierras, ni árbol en sus bosques, yerba o flor en sus prados, o arroyo o rio en sus valles, que no haya rejistrado su curiosidad."

"Sale, pues, el reino de Chile en esta historia jeneral (esclama en este mismo sentido el provincial Córdova, de Santo Domingo), de las manos de su autor como Dios le crió, admirable en la fecundidad, colmado en la hermosura, repartido en la perfeccion; tan sin perder circunstancias en la verdad i tan sin desfigurar con ajenos afeites el natural, i quien le leyese en la rejion mas distante le conocerá en este escrito como si le tuviera presente." I concluye pidiendo que el libro se imprima, "nó en papel que rasga el tiempo, sino en láminas de bronce, que prevalecen contra el olvido."

Pero donde comienza para nosotros el verdadero i palpitante interés de esta obra desconocida, es en la cronolojía histórica. Es un libro vivo, o mas bien, un libro resucitado, porque nos habla a través de dos siglos con la animacion propia de los acontecimientos que se desarrollan cada hora a nuestra vista.

Verdad es que en los primeros capítulos relativos a la entrada de Almagro, es decir, al Descubrimiento, el historiador jesuita ha quedado a la espalda de Fernández de Oviedo, el amigo íntimo, el colega i apasionado panejirista del descubridor, cuyas cartas orijinales tuvo sobre su mesa, como que su propio hijo, el veedor Valdés, vino a Chile con aquel i murió ahogado a su regreso en un rio del Perú. Pero la Historia jeneral de las Indias, este libro fundamental de la crónica americana, junto con las Décadas de Herrera i la historia aún inédita del padre Las Casas, no habia venido sin duda a Chile en esa época, porque Rosales, que cita a muchos grandes autores, como Laet, De Bry, Pedro Mártir de Angleria e innumerables otros, no le menciona en parte alguna, y de esta suerte careció del principal testimonio auténtico que hayamos conservado de aquella estraordinaria campaña.

Mas, desde que sigue los pasos de Valdivia, el cronista de Chile pisa sobre terreno seguro i anda sobre un sendero conocido a palmos. Creeríase que hubiese tenido entre