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HISTORIA DE UNA ANGUILA

El jorobado busca con el pie un tronco y se sitúa en él, asiéndose a las ramas. Resuelto este problema, empieza a rebuscar en el agua entre las raíces. Está agachado y hace lo posible por no tragar agua. Sus manos se enredan entre las algas, resbalan por el musgo que cubre los troncos, y, finalmente, topan con las pinzas de un cangrejo.

—¡Diablo! ¿Qué haces tú aquí?—exclama Liubim y, furioso, lanza el cangrejo en la orilla.

Prosiguiendo las investigaciones, su mano encuentra la de Guerasim y llega hasta una cosa fría.

—¡Aquí está! ¡Qué enorme es la muy estúpida!... Deja que meta la mano... Ahora... Por las agallas... No me empujes con el codo... Ahora mismo... Ahora... Deja que la agarre bien... Está muy metida entre los troncos... No sé por dónde cogerla... El vientre está por todos lados... ¡Mátame ese mosquito que me pica en el cuello...! ¡Ya la cogí, ya!

El jorobado hincha los carrillos, detiene la respiración; evidentemente toca las agallas, cuando las ramas a que está asido se rompen. Liubim pierde el equilibrio y ¡patapum! cae en el agua. Fórmanse círculos concéntricos, y en la superficie aparecen burbujas. El jorobado reaparece nadando, da un fuerte resoplido y vuelve a colgarse de las ramas.

—Te vas a ahogar, ¡demonio!, y luego seré yo el responsable. ¡Vete al infierno! ¡La sacaré yo!