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HISTORIA DE LA

pueden soportar, porque enerva, corroe y paraliza las fuerzas del al- ma , abate el jenio mas intrépido, es un veneno que destila gota á gota en las venas y mata infaliblemente. £1 capitán entró desanimado en su cabana. Sin embargo, al dia si- guiente volvió á sus tareas cotidia- nas como si estuviese con sus com- pañeros , trabajando sin interrup- ción para no entregarse á la deses- peración dominando así su espíritu con el uso escesivo de sus fuerzas físicas. Preparaba ya pieles de focas, iba á caza con su perro, único com- pañero que le habia quedado, ó juntaba provisiones para la época en que escasease la caza. Subia una ó dos veces al dia á una penosa altura situada en una montaña elevada, especie de observatorio natural cer- ca de su vivienda, y desde la cum- bre paseaba larso tiempo sus mira- das con ansiedad por la inmensidad del Océano , interrogando al hori- zonte y quedándose extático cuan- do veia un punto negro que tenia i a apariencia de un buque; pero luego bajaba de la montana sumamente* abatido y entregado á la meditación dolorosamente. Todas las impresio- nes crueles esperimentadas por el héroe de Daniel de Foe acomete- rían sin duda al capitán americano durante el largo período de su ais- lamiento ; tantas cuantas angustias atormentaron al habitante solitario déla isla de Juan Fernandez, otras tantas sintiera también Barnard. Léanse las escenas mas tiernas del escritor indés y se creerá leer la historia del prisiopero de las Malvi- nas. Ya habían trascurrido muchos meses desde la huida de los marine- ix>s , cuando un dia que Barnard se hallaba sentado á la puerta de su cabana , vio unos bultos parecidos á hombres que se dirijian hacia él. No se engañó , pues eran los cuatro fujitivos que, no habiendo podido pasar mas adelante de las islas veci- nas , é incapaces de poder adquirir la subsistencia , venian á implorar el perdón de su superior y vivir con él. Este dia fué de fiesta en New-Is- land; celebróse la llegada de Jos marineros y cada cual olvidó po.- un momento sus sombrías ideas y si? presente situación. i Pero ay ! la guerra volvió á en- cenderse ae nuevo entre Barnard y los cuatro subordinados. Uno de es- tos ideó la muerte del capitán , pero la animosidad de los demás no lle- gaba hasta este estremo; así es qu^^ descubrieron d proyecto de su ca- marada y le hicieron abortar denun- ciándole el delincuente al capitán, á auien Barnard tuvo la jenerosidad de enviar diariamente víveres. Este retiro forzoso, esta especie de reclu- sión en un paraje tan apropósito para reconcentrar serias ideas , in- fluyeron poderosamente en el ánimo del criminal. Al cabo de tres sema- nas juzgó el capitán que estaba sufí- cientemeate castigado y le permitió volver á sentarse con ellos al hogar. Desde entonces reinó entre los cin- co la mayor armonía , j^. el bien jeneral fué consiguiente a esta paz tardía. Entregáronse con nuevo ardor á la caza y la pesca de lobos marinos , cuyos despojos les eran tan precio- sos. Estendian frecuentemente sus escursiones hasta las islas vecinas , donde hallaban caza abundante , y cuando la jornada habia sido pro- ductiva, cuando unfa temperatura dulce y apacible habia favorecido la espedicion , regresaban mas con- tentos á su amada vivienda. Sin em- bargo , el capitán echaba de ver que el desaliento empezaba á apoderar- se de sus compañeros.. £1 mismo , á pesar de sus esfuerzos voluntarios y la filosofía que habia adquirido en el duro ensayo de su soledad , sen- tía disminuirse de día en -dia su fuerza moral. La nostaljia minaba sordamente la existencia de estos hombres , víctimas de la traición mas horrorosa. Quizás su estrella les destinaba á sucumbir bajo el pe- ^o de la cruel agonía que les devo- raba, cuando en 10 de diciembre de 1815 , una vela lejana les anun- ció el ñn de su cautiverio , y pocos momentos después estaban á bord o del buque libertador. Quiso la ca-