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PATAGONIA.

al agua, y toda la manada echa á nadar á un tiempo. I^a marcha de estos maníferos dentro de las olas es muy lento , viéndose forzados á salir muchas veces á la superücie p«ra respirar. Se ha observado que los mas jóvenes , cuando se apartan de la manada , son perseguidos in- mediatamente por algunos de los mas viejos que a bocados les obligan á juntarse con los demás. A las dos ó tres semanas de este ejercicio, vuel* ven los elefantes marinos á la playa impulsados por el deseo de la repro- ducción. A la voz imperiosa del amor se de- dara la guerra entre estos mons- truos espantosos , peleando los ma- chos con furor, siempre uno contra otro y nada mas. Su manera de re- ñir es muy singular. Los dos rivales van arrastrando muy despacio , se iuntan digámoslo así, hocico con hocico; levantan toda la parte ante- rior del cuerpo apoyándose en las nadaderas, abren su ancha boca; sus ojos parecen inflamados de deseos y furor, se embisten con violencia, vuelven á camr uno contra otro , dientes con aientes, quijada con quiiada, se hacen recíprocamente anchas heridas , á veces se sacan los Ojjos en aquella lucha , y no pocas pierden así sus largos colmillos. Cor- re la sangre abundantemente ; pero éstos obstinados adversarios , como si no lo advirtiesen , continúan pe- leando hasta que ya no tienen fuer- zas. Es raro sin embargo el ver que- dar algunos de ellos en el campo de batalla , y las heridas que se hacen , por profundas que sean , se cicatri- zan con una prontitud increíble* Se- mejante curación depende mucho menos de la calidad de su grasa , que de la espesura de la capa que ella forma al rededor del animal , y cuyo efecto es poner las partes heri- das á cubierto del contacto del aire , al mismo tiempo que impide la he- morrajia. Durante aquellos sangrientos com- bates, las hembras mostrándose in- diferentes esperan que la suerte de- cida quién na de ser su dueño. £1 , macho , orgulloso por su victoria , se avanza en medio de la tímida cuadrilla , se acerca á la compañer ue ha clejido; e»ta se tiende inme íatamente; él la abraza fuertemen- te con las nadaderas de delante , y en la embriaguez del amor olvida sus recientes luchas y sus heridas, que echan sangre á borbotones. En tal éxtasis, que dura de doce á quince minutos , nada fuera capaz de dis- traerles , ni aun el dolor mas agudo y penetrante. No son menos singulares ni me- nos interesantes que su modo de reproducirse , los hábitos de los ele- fantes marinos. Les gusta zambu- llirse en agua dulce y tendei^se en playas arenosas. Dueimen en la su- perficie del mar como en la orilla. Guando están reunidos en tierra en cuadrillas numerosas para dormir 4 velan constantem^ite uno ó muchos de ellos y en caso de peligro estos centinelas dan un grito de alarma, y vuelven todos á las olas protectoras.. Su modo de andar es el mas estri- ño: van como á rastra, remando con sus nadaderas; y el cuerpo, en todos sus movimientos, parece tiritar , co- mo una enorme vejiga llena de jale- tina, efecto de lo espesa que es la ca- pa de grasa aceitosa <]ue los envuelve. A cada quince ó veinte pasos tienen que pararse, jadeando de cansados , y como aplastados bajo su propio peso. Si durante su fuga se presenta alguno delante de ellos , se detienen, y si á fuerza de golpes se les fuerza á moverse, manifiestan padecer mu- cho. Lo mas admirable en tales ca- sos , es que las pupilas de sus <jos , que en el estado natural es de un verde azulado claro , se vuelve en- tonces de color de sangre ennegre- cida. El grito de las hembras y de los machos jóvenes se parece mucho al mujido de un vigoroso toro ; pero en los machos ya grandes, el prolon- gamiento tubuloso de sus narices da a su grito tal inflexión , que aunque mucho mas fuerte tiene gi*an seme- janza con el ruido que uno hace gargarizando. Este eco ronco y sin- gular se oye de lejos , causando al- gún espanto , cuando en medio de una noche borrascosa despierta uno sobresaltado por los ahullidos con-